Bautismo del Señor - Ciclo A (Mateo 3, 13-17)
– 9 de enero 2023
Evangelio según
san Mateo 3,
13-17
En aquel tiempo, Jesús
llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se
resistía, diciendo: “Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que
yo te bautice?” Jesús le respondió: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario
que así cumplamos todo lo que Dios quiere”. Entonces Juan accedió a bautizarlo.
Al
salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al
Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que
decía desde el cielo: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis
complacencias”.
Reflexiones Buena Nueva
“Jesús fue de
Galilea al río Jordán, donde estaba Juan (...)”
Después de haber pasado treinta años de su vida
en el anonimato de Nazaret, dedicado a los trabajos ordinarios y sencillos de
una vida campesina, Jesús decidió un día, dejar atrás sus pequeñas seguridades
y ponerse en camino hacia el sur, junto al río Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Se despidió de los suyos y se lanzó a una aventura de la cual no regresaría
más. Tomó una decisión que resultó ser trascendental para su vida y para la
nuestra. Por eso, vale la pena preguntarse ¿Qué fue lo que llevó a Jesús a
tomar esta decisión? ¿Qué esperaba encontrar con el bautismo de Juan? ¿Cuáles
fueron los sentimientos que lo acompañaron durante este recorrido de más de cien
kilómetros desde Nazaret hasta el lugar donde recibió su bautismo? ¿Fue un
viaje solitario o lo hizo en compañía de algunos amigos y amigas que también
buscaban lo mismo?
Seguramente a Nazaret llegaron las noticias de
lo que Juan el Bautista estaba haciendo en un recodo del río Jordán, cerca de
Betabara: Invitaba a los pecadores a cambiar de vida, a preparar los caminos
del Señor. La llegada del Mesías era algo que todos los israelitas habían
esperado con impaciencia durante muchos años. Todos esperaban al Ungido de Dios
que liberaría a Israel de la dominación romana y les devolvería la libertad.
Haría de ellos una gran nación. Los guiaría en la construcción de una sociedad que
fuera sólo de Dios. Muchos de los estudiosos de la Biblia se preguntan si Jesús
tenía en este momento de su vida una conciencia plena de su misión, o si la fue
descubriendo poco a poco, a través de los mismos acontecimientos históricos que
siguieron, a partir de esta decisión.
Todos nosotros, en un momento u otro de nuestra
vida, sentimos la llamada a reorientar nuestro camino. Tuvimos que tomar la
decisión de dejar atrás los espacios y las personas conocidas que formaban
nuestro entorno vital. Dirigimos nuestros pasos hacia rumbos desconocidos,
sobre los cuales no estábamos totalmente seguros. Nos aventuramos a establecer
nuevas relaciones, nuevas prácticas, nuevas formas de comunicación con nuestro
entorno, nuevas formas de pensar la misma realidad. Caminamos hacia lo
desconocido confiados en la promesa y en la fidelidad de Dios. Por Él y en Él,
nos fuimos a descubrir nuevos horizontes. De la mano de Dios también salió
Jesús de Nazaret y fue a bautizarse junto con todos los pecadores y pecadoras
de su tiempo, que acudían a recibir el baño regenerador del bautismo de Juan.
Ver a Jesús dirigirse hacia lo desconocido,
confiado solamente en la cercanía de su Padre Dios, nos anima a emprender
también un camino nuevo cada día, con la confianza de que Dios nos acompañará y
repetirá de nuevo lo que el mismo Jesús escuchó en el Jordán: “Este es mi hijo
amado, a quien he elegido”.
RESPONDER A LA LUZ ESCUCHAR LA PROPIA VOCACIÓN
Los relatos evangélicos no se limitan demasiado
en la descripción del bautismo de Jesús. Dan más importancia a la experiencia
vivida por él en aquella hora, y que es, sin duda, determinante para su actuación
futura.
Jesús no volverá ya a su casa de Nazaret.
Tampoco se quedará entre los discípulos del Bautista. Animado por el Espíritu,
comenzó una vida nueva, totalmente entregada al servicio de su misión
evangelizadora.
Podemos decir que la hora del bautismo ha sido
para Jesús el momento privilegiado en el que ha experimentado su vocación
profética: ha sido consciente de vivir poseído por el Espíritu del Padre, y ha
escuchado la llamada a anunciar a sus hijos e hijas un mensaje de salvación.
Escuchar la propia vocación no es asunto de un
grupo de hombres y mujeres, llamados a vivir una misión privilegiada. Tarde o
temprano, todos nos tenemos que preguntar cuál es la última razón de nuestro
vivir diario y para qué comenzamos un nuevo día cada amanecer. No se trata de
descubrir grandes cosas. Sencillamente, saber que nuestra pequeña vida puede
tener un sentido para los demás, y que nuestro vivir diario puede ser vida para
alguien.
No se trata tampoco de escuchar un día una
llamada definitiva. El sentido de la vida hay que descubrirlo a lo largo de los
días, mañana tras mañana. En toda vocación hay algo de incierto. Siempre se nos
pide una actitud de búsqueda, disponibilidad y apertura.
Solo en la medida en que una persona va
respondiendo con fidelidad a su misión va descubriendo, precisamente desde esa
respuesta, todo el horizonte de exigencias y promesas que se encierra en su
quehacer diario.
Vivimos con frecuencia un ritmo de vida, trabajo
y ocupaciones que nos aturde, distrae y deshumaniza. Hacemos muchas cosas a lo
largo de la vida, pero ¿sabemos exactamente por qué y para qué? Nos movemos
constantemente de un lado para otro, pero ¿sabemos hacia dónde caminar?
Escuchamos muchas voces, consignas y llamadas, pero ¿somos capaces de escuchar
la voz del Espíritu, que nos invita a vivir con fidelidad nuestra misión de
cada día?
LO IMPORTANTE DE JESÚS ES LA OBRA DEL ESPÍRITU
Fray Marcos
Empezamos el tiempo ordinario del año litúrgico.
A lo largo de este año vamos desgranando las narraciones más importantes de
Mateo. Es lógico que empecemos con el primer relato importante de esa andadura,
el bautismo. Los especialistas dicen que el bautismo es el primer dato de la
vida de Jesús que podemos considerar, con una gran probabilidad, como
histórico. Sin duda fue muy importante para Jesús. Fue también muy importante
para los primeros cristianos que intentaron comprender su vida, porque el
bautismo deja claro que el motor de toda la trayectoria humana de Jesús fue el
Espíritu.
La hondura de la fiesta la marcan las dos primeras
lecturas. Ahí descubrimos que va más allá de la narración de un hecho más o
menos folclórico. Isaías hace un cántico al libertador del pueblo oprimido que
la primera comunidad cristiana se identificó con Cristo. Pedro hace un resumen
muy certero de la vida de Jesús. En las tres lecturas se habla del Espíritu
como determinante de la presencia salvadora de Dios. La presencia de Dios en la
historia se lleva a cabo siempre a través de su Espíritu. Dios no puede ser
causa segunda. Actúa siempre desde lo hondo del ser y sin violentarlo. Por eso
decimos que actúa como Espíritu.
Aunque el bautismo de Jesús fuera de un hecho
histórico, la manera de contarlo nos lleva más allá de una crónica de sucesos.
Cada evangelista acentúa los aspectos que más le interesan para resaltar la
idea que va a desarrollar en su evangelio. Lo narran los tres sinópticos y
Hechos alude a él varias veces. Juan hace referencia a él como dato conocido,
lo cual es más convincente que si lo contara. Dado el altísimo concepto de que
los primeros cristianos tenían de Jesús, no fue fácil explicar su bautismo por
Juan. Si a pesar de las dificultades de encajarlo, se narra en todos los
evangelios, es que era una tradición muy antigua.
El relato del bautismo intenta concentrarse, en
un momento, lo que fue un proceso que logró toda la vida de Jesús. La mejor
demostración es que en los sinópticos está relacionada con las tentaciones. Ni
en uno ni en dos momentos quedó definitivamente clara su trayectoria. No tiene
lógica que un simple bautismo marque el punto de inflexión en su vida. Aceptar
el bautismo de Juan era aceptar su doctrina y su actitud vital.
En el brevísimo diálogo entre Jesús y Juan,
Mateo expresa que Jesús rompe todos los esquemas del mesianismo judío. No es el
bautizar a Jesús lo que le cuesta aceptar al Bautista, sino el significado de
su bautismo. Es muy probable que Jesús fuera discípulo de Juan y que no solo se
vio atraído por su doctrina, sino que formó parte del grupo de seguidores. Solo
después de ser bautizado, desde su propia experiencia interior, trasciende el
mensaje de Juan y comienza a predicar su propio mensaje, en el que la idea de
Mesías y Dios, que el Bautista había predicado, queda decididamente superada.
Con sus constantes referencias al AT, Mateo
quiere dejar claro que toda la posible comprensión de la figura de Jesús tiene
que partir del AT. La manera de hablar es totalmente simbólica. Lo que nos
cuentan pasó todo en el interior de Jesús. Lucas nos dice: “y mientras
oraba...” Los demás evangelistas lo dan por supuesto, porque solo desde el
interior se puede descubrir el Espíritu que nos invade. Jesús no solo la
acepta, sino que se quiere comprometer con las ideas de Bautista. Todo ello
prepara a Jesús para una experiencia única. Se abre el cielo y ve claro lo que
Dios espera de él.
Jesús no fue un extraterrestre de naturaleza
divina que estaba dispensado de la trayectoria que cualquier ser humano tiene
que recorrer para alcanzar su plenitud. No nos tomamos en serio esa experiencia
humana de Jesús. Pero los primeros cristianos tomaron muy en serio la humanidad
de Jesús. Hablar de que Jesús hizo un acto de humildad al ponerse a la fila
como un pecador, aunque no tenía pecados, es pensar en un acto teatral que no
pega ni con cola a una personalidad como la de Jesús.
A este relato nos acercamos con demasiados
prejuicios: El primero, olvidarnos de que Jesús era completamente humano y
necesitó ir aclarando sus ideas. En segundo lugar, nuestro concepto de pecado y
conversión no tiene nada que ver con lo que se entendía entonces. Entendemos la
conversión como un salir de una situación de pecado. Lo que se narra es una
auténtica conversión de Jesús, que no supone una situación de pecado sino una
toma de conciencia de lo que significa para el hombre alcanzar su plenitud.
Dios llega siempre desde dentro, no de fuera.
Nuestro mensaje “cristiano” de verdades, normas y ritos, no tiene nada que ver
con lo que resultó y predicó Jesús. El centro del mensaje de Jesús consiste en
invitar a todos los hombres a tener la misma experiencia de Dios que él tuvo.
Después de esa experiencia, Jesús ve con claridad que esa es la meta de todo
ser humano y puede decir a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo”.
El bautismo de Jesús tiene muy poco que ver con
nuestro bautismo. El relato no da ninguna importancia al bautismo en sí, sino a
la manifestación de Dios en Jesús por medio del Espíritu. Fijaos que Mateo dice
expresamente: “apenas se bautizó, Jesús salió del agua…”. Marcos dice lo mismo:
“apenas salió del agua…” Y Lucas: “y mientras oraba…”. La experiencia tiene
lugar una vez concluido el rito del bautismo. En los evangelios se hace
constante referencia al Espíritu para explicar lo que es Jesús.
La alusión a los cielos que se abren es la
expresión de la esperanza de todo el AT. (Is 63,16) “¡Ah si rasgasen los cielos
y descendieses!” La comunicación entre lo divino y lo humano, que había quedado
interrumpida por culpa de la infidelidad del pueblo, es desde ahora posible
gracias a la total fidelidad de Jesús. La distancia insalvable entre Dios y el
Hombre queda superada para siempre. La voz la oyó Jesús dentro de sí mismo y
esa presencia le dio la garantía absoluta de que Dios estaba con él para llevar
a cabo su misión.
Estamos celebrando el verdadero nacimiento de
Jesús. Y éste sí que ha tenido lugar por obra del Espíritu Santo. Dejándose
llevar por el Espíritu, se encamina él mismo hacia la plenitud humana,
marcándonos el camino de nuestra propia plenitud. Pero tenemos que ser muy
conscientes de que solo naciendo de nuevo, naciendo del Espíritu, podremos
desplegar todas nuestras posibilidades humanas. No siguiendo a Jesús desde
fuera, como si se tratara de un líder ni aceptando su doctrina y sus leyes,
sino entrando como él en la dinámica de la vivencia interior. Ser cristianos es
repetir en nosotros el proceso de deificación de Jesús.
La presencia de Dios en el hombre tiene que
darse cuenta en aquello que tiene de humano específicamente; no puede ser una
presencia mecánica inconsciente. Dios está en todas las criaturas como la base
y el fundamento de su ser, pero solo el hombre puede tomar conciencia de esa
realidad y vivirla. Esto es su meta y el objetivo último. En Jesús, la toma de
conciencia de lo que es Dios fue un proceso que no terminó nunca. En el
bautismo se nos está hablando de un paso más, aunque decisivo, en su toma de
conciencia.
fray marcos
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SEGUNDA EPIFANÍA: BAUTISMO DE JESÚS
José Luis Sicre, SJ.
Hace dos días celebrábamos la primera
manifestación de Jesús, en Belén, a los paganos. Hoy celebramos la segunda, a
todos, en el Jordán, mediante la voz del cielo. Entonces nos decían que Jesús
es el rey de los judíos; hoy, Dios Padre nos dice que es su Hijo amado, su predilecto.
El bautismo de Jesús (Mateo 3,13-17)
Los evangelios están plagados de silencios que
casi irritan al lector. ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de
lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún
evangelista lo dice. Todos ellos se centran en lo esencial, no en satisfacer
nuestra curiosidad, incluso piadosa.
En el relato de Mateo podemos distinguir tres
momentos: el diálogo con Juan, la venida del Espíritu y la voz del cielo.
El diálogo con Juan es exclusivo del evangelio
de Mateo. Cuando Marcos escribió su evangelio, el hecho de que Jesús fue
bautizado por Juan no planteó problemas. Sin embargo, Mateo entrevé en esta
escena un auténtico escándalo para los cristianos: ¿cómo es posible que Jesús
se ponga por debajo de Juan y se someta a un bautismo para el perdón de los
pecados? Para evitar ese posible escándalo, introduzca un diálogo entre los dos
protagonistas, poniendo de relieve el motivo que aduce a Jesús: “Está bien que
cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Así deja claro lo que para él será más
importante a lo largo de su vida: cumplir la voluntad de Dios. Al mismo tiempo,
aprendemos que su actuación será en ocasiones sorprendentes, un misterio que
nunca podemos penetrar del todo y que incluso puede provocar escándalo en las
personas mejor intencionadas.
Precisamente en el momento de la mayor
humillación tiene lugar su mayor exaltación. Marcos cuenta el episodio como una
experiencia personal de Jesús: “Mientras salía del agua, vio rasgarse el cielo
y al Espíritu bajó hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres
mi Hijo amado, mi predilecto” (Mc 1,10-11). Sólo Jesús ve rasgarse el cielo, y
la voz se le dirige sólo a él: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”. Mateo,
en cambio, presenta la escena como un gran evento público. El cielo se abre
para todos, y la voz proclama: “Este es mi Hijo amado, mi predilecto”. No se
trata de que Jesús tenga una vivencia nueva, especial; son los presentes los
que caen en la cuenta de la importancia de Jesús.
La venida del Espíritu sobre Jesús tiene
especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el
Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V aC). Ahora, al
venir sobre Jesús, se inaugura una nueva etapa en la historia de las relaciones
de Dios con la humanidad. Porque ese Espíritu que viene sobre Jesús es el mismo
con el que él nos bautizará, según las palabras de Juan Bautista.
La voz del cielo. En cualquier hipótesis, como
experiencia personal o como proclamación pública, es importantísimo conocer el
sentido de las palabras: “Tú/éste es mi Hijo amado, mi predilecto”. A un oyente
judío estas palabras le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Salmo
2,7: “tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”, y el comienzo del primer canto
del Siervo de Yahvé (Isaías 42,1). El salmo habla del rey, hijo de Dios, en el
momento de su entronización. Isaías se refiere a un personaje que salva a su
pueblo con enorme paciencia y sufrimiento. Parece que Mateo quiere evocarnos
las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento. Todo
esto, que ahora sólo queda insinuado, se irá confirmando a lo largo del
Evangelio. En algún momento, el lector se sentirá escandalizado por las cosas
que hace y dice Jesús,
El programa futuro de Jesús (Isaías 42,1-4.6-7)
Las palabras del cielo no sólo hablan de la
dignidad de Jesús, le trazan también un programa. Es lo que indica la primera
lectura de este domingo, tomada del libro de Isaías (42,1-4.6-7).
El programa indica, ante todo, lo que no hará:
gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña
cascada y apagar el pabilo vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles,
que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos,
la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…).
Dice luego lo que hará: promover e implantar el
derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los
cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad
del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos
sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más
global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal.
El programa incluye también cómo se comportará:
«no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por
todos. Abundan las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las
autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en
todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.
Misión cumplida: pasó haciendo el bien (Hechos
10,34-38)
La segunda lectura, de los Hechos de los
Apóstoles, Pedro, dirigiéndose al centurión Cornelio ya su familia, resumen en
estas pocas palabras la actividad de Jesús: “Pasó haciendo el bien”. Un buen
ejemplo para vivir nuestro bautismo.
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Te sumerges con
nosotros
Te sumerges con
nosotros
en las aguas del
pecado,
compartiendo nuestra
muerte
y manchándote de
barro.
Cuando resurge del
río
el Jordán se ha
transformado,
toda la creación se
asombra
tu Reino ya está
llegando.
Camina junto a
nosotros,
estás siempre a
nuestro lado,
Eres el rostro de
Dios.
Jesús, amigo,
hermano.
(Javi Montes, sj)
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