Tercer Domingo de Cuaresma – Ciclo A (Juan 4,5-42) 12 de marzo de 2023
El encuentro de Jesús con una mujer, una
samaritana y el diálogo con sus discípulos, nos revela quién es Él, y como nos
da lo necesario para vivir: física y espiritualmente. Al leer el
evangelio, contemplándolo, imagina que estás presente en la escena, mirando y
echando, o tal vez, poniéndote en el lugar de ella, o en el de uno de los
apóstoles…
Evangelio según san Juan
4, 5-42
En aquel tiempo, llegó
Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su
hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se
sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.
Entonces llegó una
mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos
habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es
que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los
judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “Si conocieras el don de
Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría
agua viva”.
La mujer le respondió:
“Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas
a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este
pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que
bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré,
nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un
manantial capaz de dar la vida eterna”.
La mujer le dijo:
“Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir
hasta aquí a sacarla”. Él le dijo: “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer
le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No
tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has
dicho la verdad”.
La mujer le dijo:
“Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y
ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le
dijo: “Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en
Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros
adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se
acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere
que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en
espíritu y en verdad”.
La mujer le dijo: “Ya
sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón
de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.
En esto llegaron los
discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin
embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’
Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la
gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será
éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él
estaba.
Mientras tanto, sus
discípulos le insistían: “Maestro, come”. Él les dijo: “Yo tengo por comida un
alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos comentaban entre sí: “¿Le
habrá traído alguien de comer?” Jesús les dijo: “Mi alimento es hacer la
voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes
que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten
los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el
segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se
alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es
el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían
trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto”.
Muchos samaritanos de
aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo
que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban
que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él
al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has
contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el
salvador del mundo”.
Reflexión:
¿De qué tiene sed/ hambre, mi vida?
Los
ajetreos de la vida nos cansan, agotan nuestras fuerzas, acaban con nuestra
energía, … ¡necesitamos recuperarnos! … Jesús, como ser humano, también
tenía que satisfacer las necesidades biológicas, tenía sed y hambre … ¡como cada
uno de nosotros!
Él,
Jesús, nos da algo mejor … lo que nos hidrata y alimenta el alma,
para poder vivir y que valga la pena nuestra vida: su Palabra, sus enseñanzas
y la confianza de que está con nosotros y para nosotros. Para ello, necesitamos
conocerlo, escucharlo, agradecer y dialogar con Él.
En
nuestra oración, en nuestra vida ordinaria, contemplando y tomando consciencia
de tanto bien recibido, es que descubrimos que el mismo Jesús, que nos dice: “Soy yo, el que
habla contigo”.
¿Me
dejo saciar por su Espíritu?... ¿Soy consciente de tanto bien recibido?… ¿A
quién anuncio que he encontrado al Salvador, al Mesías, al Cristo?
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Alfredo Aguilar Pelayo
#RecursosParaVivirMejor
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