NI LAMENTAR EL PASADO NI ESPERAR NADA DEL FUTURO
Escrito por Fray Marcos
Mt 24, 37-42
Hoy, comenzamos un nuevo año litúrgico. El tiempo de adviento se
caracteriza por su complicada estructura. Por una parte recordamos el largísimo
tiempo de adviento que precedió a la venida del Mesías. Esta es la causa de que
encontremos en el AT tantos textos bellísimos sobre el tema. Fue un tiempo de
sucesivas expectativas, porque las promesas nunca terminaban de cumplirse. Esas
esperanzas eran claramente equivocadas, porque suponían una intervención
directa, externa y puntual de Dios a favor de un pueblo. Todas las lecturas del
AT van en este sentido y pueden despistarnos.
Por otra parte, tenemos la aparición histórica de Jesús. Aunque no
sabemos ni el día ni el año de su nacimiento, se trata del punto de partida
imprescindible para comprender nuestras expectativas como cristianos. Jesús
hizo presente el Reino de Dios en su persona, a través de su trayectoria
humana. La primera e imprescindible referencia para nosotros, es su vida
terrena, porque es en su vida donde hizo presente el amor y desterró el odio.
La preocupación por el “Jesús histórico”, que se ha despertado en nuestro
tiempo con tanta fuerza, es el punto de partida para todo lo que podemos decir
de Jesús teológicamente.
Jesús no sólo hizo presente el Reino, sino que hizo una propuesta a
todos los hombres de todas las naciones, de todas las culturas, de todas las
religiones. Se trata de una oferta de salvación definitiva para el hombre. Él
quiso indicar, a todos los seres humanos, el camino de la verdadera salvación.
Celebrar el adviento hoy sería tomar conciencia de esta propuesta de salvación
y prepararnos para hacerla realidad. Esa posibilidad de plenitud humana, debe
ser nuestra verdadera preocupación. Ebeling dijo: lo más real de lo real no es
la realidad misma, sino sus posibilidades. Jesús, viviendo a tope una vida
humana, desplegó todas sus posibilidades de ser y propuso esa misma meta a
todos.
Hay otro aspecto del adviento que es necesario tener muy claro. Al
constatar, siglo tras siglo en la historia de Israel, que las expectativas no
se cumplían, se fue retrasando el momento de su ejecución, hasta que se llegó a
colocarlo en el final de los tiempos. Surgió así la escatología, un genero
literario que nos dice muy poco hoy día. Es sorprendente que ni siquiera la
venida de Jesús se consideró definitiva para los cristianos. Es la mejor prueba
de que la salvación que él propuso no nos convence. Por eso los cristianos
sintieron la necesidad de una segunda venida, que sí traería la salvación que
todos esperamos.
Armonizar estas perspectivas es muy complicado para nosotros hoy. El
tiempo anterior a Jesús, la vida terrena de Jesús, nuestra propia realidad
histórica y el hipotético futuro escatológico nos puede llevar a una dispersión
que convierta el adviento en un batiburrillo que nos impida enfocar bien su
celebración. Creo que lo más urgente para nosotros hoy, es centrarnos en hacer
nuestro el mensaje de Jesús y vivir esa posibilidad de plenitud que él vivió y
nos propuso. Partiendo de su vida, debemos tratar de dar sentido a la nuestra.
La visión de Isaías en la primera lectura, está muy lejos de ser una
realidad. Es la utopía que puede mantenernos firmes dentro de una realidad que
sigue siendo sangrante. La realidad no debe eliminar la esperanza de un mundo
más humano. Debemos aferrarnos a la utopía de que otro mundo es posible. La
esperanza se funda en que Dios no nos puede abandonar ni retirar la oferta de
esa plenitud. Esa esperanza, a la que nos invitan las lecturas, no es de futuro
sino de presente. La percibimos como de futuro, porque todavía no hemos hecho
nuestras todas las posibilidades que tenemos a nuestro alcance.
Pablo nos repite que ya va siendo hora de espabilarse, pero seguimos
portándonos como verdaderos insensatos. Seguimos caminando en una dirección
equivocada. Las advertencias que hace Pablo a los romanos, son las mismas que
tendríamos que hacer hoy: nada de comilonas y borracheras, lujuria y desenfreno,
riñas y pendencias. El excesivo cuidado de nuestro cuerpo, fomentará los malos
deseos. El hedonismo que pretende el placer inmediato, terminará por aniquilar
nuestro verdadero ser.
El evangelio nos invita a estar vigilantes. Estar despiertos es la
condición mínima para desarrollar nuestra humanidad. Creo que estamos bien despiertos
para todo lo terreno y material. Esa excesiva preocupación por lo material, es
lo que la Escrita llama “estar dormido”. Hoy empezamos el Adviento, preparación
para la Navidad, pero los grandes almacenes, y todos los medios de comunicación
ya hace casi un mes que han empezado su preparación. Menos de un 15 % de
nuestra sociedad escuchará unos minutos cada domingo el anuncio de que Jesús
nace, frente a las muchísimas horas que va a soportar la propaganda consumista.
¿Será suficiente para contrarrestar su efecto devastador?
Crecer en la parte verdaderamente humana de nuestro ser, exige esfuerzo
y dedicación. Alagar la parte instintiva es mucho más fácil que espolear el
espíritu. Los emperadores romanos ofrecían pan y circo a las masas para que no
exigieran otras cosas. Hoy la oferta tranquilizante es fútbol y tele. Nuestra
religión, olvidando el evangelio, ha caído también en la trampa de una
salvación acomodada a las apetencias de la mayoría, ofreciendo al hombre la
eliminación del dolor, el pecado, la muerte. Como eso es imposible aquí y
ahora, porque son inherentes a nuestra naturaleza, se ha proyectado la
salvación para un más allá. No, Dios quiere la plenitud para todos, aquí y
ahora, mientras aún somos humanos.
Adviento no es solo la preparación para celebrar dignamente un
acontecimiento que se produjo hace más de veinte siglos. El adviento debe ser
un tiempo de reflexión profunda, que me lleve a ver más claro el sentido que
debo dar a toda mi existencia. No hay tiempos más propicios que otros para
afrontar un tema determinado. Soy yo el que tengo que acotar el tiempo que debo
dedicar a los asuntos que más me interesan. Y lo que más me debía interesar,
tal como nos lo advierte la liturgia, es mi verdadero ser, no mi falso ser.
Dios está viniendo en todo instante, pero solo el que está
verdaderamente despierto se dará cuenta de esa presencia. Si no descubro esa
presencia, mi vida puede transcurrir sin enterarme de la mayor riqueza que está
a mi alcance. Dios no tiene que venir en ningún momento ni de ninguna parte,
porque es la base y fundamento de mi ser y si se separara de mí un solo
instante, mi ser volvería a la nada. Lo que llamamos Dios está en mí como
fundamento aunque yo no descubra su presencia. Pero como ser humano, mi más
alta posibilidad de plenitud consiste precisamente en descubrir y vivir
conscientemente esa realidad. Dios está en todo, pero solo el hombre puede ser
consciente de esa presencia.
No tengo que esperar tiempos mejores para poder realizar mi proyecto
humano. Si tengo que esperar a que Dios cambie algo o cambien los demás para
encontrar mi salvación, no he descubierto lo que soy ni lo que es Dios. La
salvación que Jesús propuso, no está condicionada por circunstancias externas.
Aún en las situaciones más adversas, está siempre a nuestro alcance. En
cualquier momento puedo hacer mía esa salvación. En cualquier instante de mi
vida puedo descubrir la plenitud. Si no soy capaz de descubrir mi salvación en
esta situación en que hoy me encuentro, no seré capaz de descubrirla nunca.
El error en el que estamos instalados, es esperar que esa salvación
venga de fuera en un próximo futuro. Dios no tiene futuro y esta viniendo
siempre y desde dentro. Aquí puede que esté la clave para cambiar nuestra
mentalidad. Pero preferimos seguir pensando en el Dios todopoderoso que actúa a
capricho y desde fuera. De esa manera no hay forma de hacer nuestro el Reino de
Dios que está ya dentro de nosotros. Hoy el evangelio nos advierte: si el
encuentro no se produce es porque seguimos dormidos.
Meditación-contemplación
“Daos cuenta del momento en que vivís”.
Se trata de despertar, de tomar conciencia de las
posibilidades.
Soy un ser humano, no simple biología.
Mi meta, mi plenitud está más allá de toda
materialidad.
...............
“Comían, bebían, se casaban...” ¿Qué hay de malo en
ellos?
Lo único malo es poner el objetivo de tu vida en
comilonas y borracheras.
Ni siquiera es preciso hacer daño a otros para
impedir la plenitud.
El fallo está en vivir enredado en las cosas de
este mundo.
..................
“¡Caminemos a la luz del Señor!”
Aún desde las tinieblas, podemos vislumbrar la luz.
La muerte no es la noche hacia la que encamino
mientras vivo.
Al contrario, desde la noche nos encaminamos hacia
el día.
.................
Fray Marcos
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